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Audacia y liderazgo, tres recomendaciones
Muchas veces se sabe pero esto no basta, es necesario ser audaz. Decía Alberto Casal Castel[1] que conversamos más de lo que hacemos, y pensamos más de lo que logramos, es decir, que es importante obrar de manera resuelta, con convicción; comprendiendo que la acción nos libera del miedo a errar. La audacia es pues una consecuencia del dominio de uno mismo, condición necesaria para el liderazgo tal y como veremos en las líneas subsiguientes.
Ovidio nos recuerda que la fortuna y el amor son amigos del audaz. Y no le falta razón, quien no busca no encuentra y es claro que toda búsqueda requiere audacia y tesón de parte del buscador. Finalmente, los desafíos del día a día, en un entorno convulso, incierto, cambiante y ambiguo así lo requieren.
¿Cómo salir de la zona de confort si se carece de audacia personal? ¿Cómo navegar hacia el cambio, la innovación y la disrupción? ¿Cómo transformar la realidad sin la audacia suficiente? ¿Cómo tomar decisiones? Preguntas que naturalmente nos permiten arribar a la relación entre liderazgo y audacia. El directivo, como líder, deberá basarse por entero en la realidad; su quehacer y las conclusiones de su análisis de una situación determinada, es decir, acción y reflexión no son otra cosa que caras de una misma moneda; es el saber práctico y el saber teórico-técnico, propuesta actual de competencias directivas derivadas de las virtudes aristotélicas tal y como precisa Germán Serrano[2].
En consecuencia, la audacia requiere de la virtud de la prudencia; es decir, inteligencia y voluntad que llevan a la acción más conveniente en una situación determinada.
Pero, ¿qué hacer para conquistar la audacia?
Tres recomendaciones:
La primera, aprende; el conocimiento es condición fundamental para la audacia. Ser audaz por decisión y no por ignorancia; parecer y actuar como una persona audaz cuando se ignora la realidad es estupidez o locura en palabras de Aristóteles[3], y sinvergüencería en aquellos casos relacionados con el servicio a los demás. Este conocimiento deberá ir acompañado de entrenamiento en aquello que quieres ser audaz (saber y saber hacer); trabajo y esfuerzo como medio de perfeccionamiento y de control del miedo. La experiencia nutre el aprendizaje convirtiendo lo vivido en peldaño sobre el cual apoyarte.
La segunda, sé tolerante; todos somos falibles. El conocimiento casi siempre será parcial, incluso con conocimiento y audacia es posible fallar; pero también es clave tomar consciencia que cada vez que te recuperes de una caída serás un poco más sabio si aceptas el error como forma natural de aprender. No vale penalizar en demasía el error. En este punto, los estándares de excelencia irreales de los perfeccionistas resultan inútiles, revelando más una condición patológica de necesidad de aprobación y aceptación como señala el psicólogo clínico Steven Berglas[4].
La tercera y última recomendación, aprende de otros, reconoce quien puede ser una referencia para ti. La audacia se nos revela también a través de la observación de quienes han caminado más que nosotros. Es la figura del mentor, del guía, quien con su ejemplo nos inspira a iniciar nuestro propio camino.
Espero que estas ideas te sean de utilidad, me despido con recordando la recomendación del jesuita Baltasar Gracián, pongamos un gramo de audacia en todo lo que hagamos.
[1] Casal, A., (1951). Normas de vida. Argentina: Librería Hachette S.A.
[2] Serrano, G. (mayo de 2012). Competencias directivas, un camino hacia la virtud. Revista Inalde. Edición 33, p. 16-23.
[3] Aristóteles., (2012). Obras selectas: metafísica y ética (la gran moral). España: Edimat Libros S.A.
[4] Berglas, S., (2004). El abuso crónico del tiempo. Harvard Business Review.
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