Jorge Aurich

Un viaje al optimismo

Hace dos siglos la esperanza de vida no llegaba a los 40 años. En 1940, en los EE.UU. el 30% de los hogares no tenían agua potable y menos aún un baño en casa. Cien años atrás, las personas morían por causa de la tuberculosis o infecciones bronquiales; indudablemente, a pesar de que vivimos en un mundo con dificultades, inequidades y dolor; es evidente que nunca antes se ha vivido mejor que ahora en términos de comodidades, servicios de salud, educación, acceso a información, entre algunas variables que explican el bienestar humano.

¿Qué permite avanzar a una persona en la dirección del progreso y el bienestar? ¿Qué combustible le enciende y qué le nutre en el viaje hacia su destino?

Quisiera proponerle amigo lector, que iniciemos juntos a lo largo de estas líneas, un corto viaje hacia un lugar llamado optimismo. Fíjese que continuo usando la palabra viaje; y no es casual, ya que creo que la vida es un viaje; un continuo en el que no podemos evitar el cambio, pero si podemos hacer del cambio una transformación, un redescubrimiento, intentar responder a las preguntas últimas, aquellas que son un indicador de nuestra humana condición, y que quizá en este intento, logremos abrirnos al misterio de la felicidad.

El optimismo es una emoción, y como toda emoción, posee tres dimensiones: una mental (sentimiento), física (ritmo corporal) y motora (comportamiento). Toda emoción lleva a una acción; y una acción es siempre una causa puesta en movimiento. Fíjese que hablo de causa; y una causa produce siempre un efecto.

Si buscamos como efectos el crecimiento, el bienestar, el progreso; ¿Qué causas debemos poner en marcha; y qué emociones deben prevalecer en nuestro día a día?

Resulta entonces claro amigo lector, que el optimismo será una de las emociones que debemos gestionar. Desde el punto de vista de la psicología positiva, el optimismo es fuente de otra emoción; la esperanza, que es definida por Martin Seligman como la capacidad para “(…) hallar causas permanentes y universales para los eventos positivos, y causas transitorias y específicas para la adversidad”; es decir, el optimismo y la esperanza impulsan el florecimiento de lo positivo, y limitan lo negativo.

En el año 2016, realicé una investigación sobre el optimismo en los ejecutivos peruanos, permítame compartir con usted algunos resultados. La muestra estuvo conformada por 200 personas. Los hallazgos del estudio confirmaron lo que se ha observado en la población en general en otros países. Por ejemplo, se halló que los altos ejecutivos tiene un mayor nivel de optimismo y esperanza que los mandos medios; aspecto que es vital en un tomador de decisiones en una organización que se orienta hacia el crecimiento, y que requiere de sus líderes decisiones como por ejemplo: contratar más personal, lanzar nuevos productos al mercado, abrir nuevas oficinas, internacionalizarse, entre distintas estrategias de expansión. Los equipos y líderes con un estilo de pensamiento optimista, se verán impulsados y motivados hacia el crecimiento.

De otra parte; yendo hacia la salud, el estudio mostró que los ejecutivos optimistas y esperanzados gozaban de un mejor estado de salud, reflejado a través de dos variables, el índice de masa corporal y la condición de salud; así, se encontró, que el 60% de los ejecutivos optimistas tenían “peso normal”; mientras que en los ejecutivos pesimistas, este porcentaje solo alcanzó al 35%. De otro lado, los pesimistas, mostraron el doble de probabilidades de contraer enfermedades virales e infecciosas respecto de sus compañeros optimistas.

Como podrá percatarse amigo lector, el optimismo es un tema serio. Se sabe que los optimistas viven más tiempo, son poseedores de un sistema inmunológico más fuerte y resistente, gestionan con mayor eficacia el estrés, acceden con más facilidad a otras emociones fundamentales como el entusiasmo, la pasión, la resiliencia, y fortalezas como la perseverancia; que son tan importantes para afrontar los obstáculos que sin duda surgirán, así como también, tolerar las fallas en las que podamos incurrir; reconociendo que quien no aprende a fallar, falla en aprender. Recuerde, y ya llegando al final de este corto viaje que anuncié en las primeras líneas de este escrito; que habrán momentos a lo largo de la vida, en los que sus recursos racionales y la lógica no serán suficientes; esta se encargará de colocarle retos en el camino; aparecerán muros, cimas y quebradas que le empujarán hacia sus fronteras; ese amigo lector, es el momento del crecimiento y la transformación; cuando frente al cambio, que casi siempre viene de afuera, usted elige dotarle de sentido; y entonces tomará cuerpo aquella frase de Frankl que reza: “Cuando ya no somos capaces de cambiar una situación, nos encontramos ante el desafío de cambiarnos a nosotros mismos”.

El optimismo puede cultivarse, enseñarse, contagiarse y es un deber. Lo contrario, nos arriesga a caer en la indiferencia, no contribuyendo a construir un mundo mejor. Decía Helen Keller: “Ningún pesimista ha descubierto nunca el secreto de las estrellas, o navegado hacia una tierra sin descubrir, o abierto una nueva esperanza en el corazón humano”.

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