Con el año 2019 ad portas muchos planificamos nuestro trabajo, nos planteamos nuevos objetivos, quizá los mismos con reformulaciones necesarias y otros tal vez pasarán a la papelera. Es el tiempo en el que pensamos con mayor evidencia acerca del futuro; surge así en nuestro horizonte el tema que nos ha ocupado en los dos artículos previos: las expectativas.

Por otra parte, y completando el puzle, el final del año nos encara frente a logros, avances, postergaciones, errores, objetivos incumplidos; es el terreno y hora del balance personal y del ajeno cuando esperamos algo de otros.

Lo que es palmario en esta época del año es en realidad una constante como se había ya señalado en la primera entrega de esta serie; decía Montaigne en sus Ensayos “Nosotros nunca estamos cerca de nosotros, sino siempre más allá de nosotros mismos. El temor, el deseo, la esperanza nos lanzan hacia el futuro y nos quitan el sentimiento y la consideración de lo que es, para interesarnos en lo que será, o sea, cuando nosotros ya no seremos” y que al ser un continuo exige de nosotros una manera de abordar, léase gestionar, constituyendo finalmente un binomio que determina en gran medida dos cosas: la relación futura con nosotros mismos y con los demás y las características del tan mentado futuro; claro está, sin perder de vista, distinguiendo lo no controlable, manteniendo lejos el perjudicial overthinking, primo hermano de la ansiedad; ya lo decía Horacio con acierto “no preguntes que traerá el mañana” recordándonos nuestra humana limitación.

Es por ello que es un tema tan importante, se trata del diseño de su futuro; y su influencia en el trazo que los demás hagan del suyo.

Veamos las posibles posiciones constructivas en cada cuadrante en el gráfico que aparece debajo.

Los verbos propuestos como retos en lo cuatro cuadrantes son positivos: alentar, mantener, construir y apoyar. Nos llevan a la acción de la mano de la emoción correcta, y que se hacen sostenibles con la intención correcta.

Es claro que mi propuesta está dirigida hacia la construcción de un futuro, y dejo de lado abiertamente la falta de fe y esperanza. Voto por el movimiento y la acción inteligente antes que el abandono y la rendición. Digo un no rotundo a la frustración como modo de estar. Sé que no es fácil. Superar el dolor derivado de la adversidad y la expectativa no cumplida es un tema muchas veces angustioso: un problema de salud que nos inhabilita a mantener el estilo de vida que teníamos, un hijo que abandona la carrera, un divorcio, un nuevo trabajo reportando a un jefe déspota.

Pasa con frecuencia, es la vida. La alegría de vivir, en gran parte depende de la respuesta que demos a la adversidad. Decía Frankl, a quien he citado a lo largo de estos tres últimos artículos, que el ser humano no necesita vivir en ausencia de tensiones; sino que es la sana tensión entre lo que se es y lo que se quiere llegar a ser, y entre lo que ahora se tiene y lo que se quiere para sí; es el camino de la vida con sentido; esta es amigo lector, la postura más adecuada para un manejo eficaz de las expectativas.

Finalmente, a modo de resumen, ¿cuál es la receta? Para recorrer este camino se necesita una cosa: creer. Creer en ti y en los demás. Decía Pascal que la fe no elimina el riesgo, pero si nos lo hace aceptable y Goethe nos recomienda “Trata a un hombre tal como es, y seguirá siendo lo que es; trátalo como puede y debe llegar a ser, y se convertirá en lo que puede y debe ser”.

Espero que las reflexiones compartidas a lo largo de esta serie de tres artículos le sean de utilidad de cara al próximo año; le deseo una sana y eficaz gestión de las expectativas; las suyas y las que tiene respecto de otros. Feliz 2019.